A DIEGO MATEOS
En esta tarde de otoño, preñada de nubes de
tormenta y llanto de lluvia, me asomé un día más a la ventana de mi ático para
mirar un poco más allá dónde nace el horizonte, donde el cielo y el mar, la
montaña y el deseo me acercan a ese universo paralelo llamado Campillo.
Y paseé un
día más por mi infancia tan lejana y próxima a la vez, y entre imágenes mil
veces vividas y sentidas a flor de piel una sobre todas llamó a mi corazón, una
persona entrañable como pocos ocupó mi mente: Diego Mateos, el Barbero.
En la calle
llamada Calvo Sotelo, hoy Mesones número 11 tenía su barbería. Era obligada
entonces la visita de hombre y niños a
la barbería de Diego, y allá que íbamos. Desde aquellos lejanos años siempre me llamó cariñosamente Josefillo, y
con su sonrisa franca y sincera me recibía para cortarme el pelo, mientras me
subía en una silla.
Mis cinco
años se derrumbaban en un mar de lágrimas que Diego intentaba calmar con
historias y mucho cariño, mientras sus manos movían la máquina y el peine
cortando el pelo.
Las lágrimas se iban secando al compás de mil
historias, y cuando por fin acababa su trabajo el alivio dulce de un caramelo y
una sonrisa blanca ponían unas gotas de alegría en los ojos de aquel pequeño
diablillo.
Poco a poco
Diego pasó a ser un amigo grande para todos, pero en especial
para mi. Yo vivía entonces en la casa de la abuela Josefa junto a la barbería,
y ésta se transformó en un lugar dónde
conocer mil gentes y mil cosas.
Allí había
un mundo por explorar, un universo de sensaciones que fui descubriendo poco a
poco, día tras día, visita tras visita al amigo Diego-
Siempre me
llamó la atención lo limpio que estaba todo, desde el material hasta el suelo,
los espejos, las sillas, todo reflejaba limpieza y orden. Las paredes de la
pequeña habitación estaban empapeladas con propaganda de películas que antes o
después se vieron en el cine Cervantes, de grato recuerdo.
Allí
descubrí personajes del oeste americano, folclóricas en su momento cumbre y paisajes de leyenda.
Sobre un
armario blanco un botijo con agua fresca nos invitaba a calmar la sed, mientras
una vieja radio daba las últimas noticias en “ el parte” de la hora en punto
que marcaba un no menos viejo reloj que compartía estantería. Colgados en la
pared los resultados de la quiniela de la semana y en un banco corrido aguardaban revistas y periódicos.
Allí
descubrí el mundo de la radio y los diarios, a base de verlos intentando
comprender sus escritos, pero sobretodo conocí la magia de las tertulias que se
formaban a cualquier hora. Fueron muchos los amigos que quisieron compartir un
rato con Diego, y se pasaban las horas en animada charla con él, mientras sus
manos se afanaban en un afeitado o buscaban la mejor imagen para el corte de
pelo.
Ya de mayor seguí
yendo hasta allí para escuchar historias
de la gente en aquel manantial de vivencias que era la
barbería de Diego.
Desde mi lejano exilio, cuando la tormenta enciende música de truenos y la lluvia pone nota ausente, regreso a mi mundo real, y cierro la ventana de mi ático mientras lanzo al aire esta carta en homenaje profundo y sincero a un amigo... Diego Mateos, el Barbero.
Imagen bajada de la red
https://youtu.be/EBcaFpHJPZI
Muchas gracias poesías palabras dedicadas a mi tío Diego.Gracias y saludos
ResponderEliminarEl se merecía mucho más que unas letras. Siempre al servicio de los demás. Buen amigo y mejor persona. Siempre en nuestro corazón.
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