ETERNO
PRESENTE
Un
día más vuelvo mis ojos hacia ti, padrepueblo de Campillo de Llerena, desde mi
ausencia extrema y dura, para fundir en azul de tinta y blanco de folio los
sentimientos que nacen en ese rincón donde se guardan las emociones que nacen
en el páramo desierto de tu ausencia dolorida.
Y
vuelvo a vivir sensaciones al pisar tus aceras grises, y tus calles tendidas al
sol, con sus paredes blancas de cal. Revive ante mis ojos el añorado Caracol,
con su vestido de ladrillo rojo, compañero y amigo, testigo y escenario de
risas y alegrías, de penas y de llantos, de juegos y emociones desde su mudez
de barro y cal.
Revivo
la Plaza de la Bellota, con su fuente de granito de cuatro caños, y sus avispas
al mediodía, en el trajín de idas y venidas de los cántaros, las charlas
interminables y el sestear de algún burro adormecido.
En
el medio como un vigilante eterno una farola de un solo ojo, con su luz
ambarina, para poner foco al escenario que nacía entre sus bancos y árboles
cuando caía la tarde y se hacía la noche.
Y
la siempre añorada acacia mimosa, que nos ponía cortina verde de hojas, amarillo de sol en sus flores y el aroma
infinito de la primavera corriendo por sus venas de resina roja. La infancia se
quedó grabada para siempre entre el rumor del agua y el vuelo en rimas de las
queridas golondrinas, entre las caricias que gastaron del viejo granito.
Un
poco más allá el Pilar Nuevo, hoy vuelto a la vida, era también escenario de
unas vidas que se escribían en torno al agua. A los lados burros y mulas con
grandes ojos, con miradas de color azabache, apartaban el limo y esquivaban los
nerviosos zapateros para calmar su sed mientras nos miraban sin comprender.
Más
allá el Rodeo con su almacén para el trigo y su grupo de Escuela y sus porches,
donde vinieron a parar nuestros primeros sueños, donde conocimos el blanco de
las primeras letras, en los folios negros de una pizarra, y la paciencia
infinita de maestros que hoy sonríen al verte desde los recuerdos compartidos.
A
lo lejos el Cañuelo sonríe en verde eterno de cañas en flor mientras su puente
de un solo ojo hace un guiño a la nostalgia, y me recuerda que él sabe y escucha,
mira, acompaña y guarda entre sus paredes y su lecho de agua las mil y una
historias que nacieron y murieron al cobijo y calor de su compañía, al amparo
de la luna con traje de fiesta con lentejuelas de estrellas, y música de agua
de arroyo enamorado.
Momentos
eternos de besos y canciones, manos entrelazadas y miradas encendidas tras la
cortina oscura de la luna nueva, voces que se quedaron prendidas entre las
ramas invisibles de un silencio infinito.
Sobre
los folios verdes de los cercanos olivos y encinas se escriben poemas de versos
encendidos y promesas de amor con letras de estrellas en la mirada.
La
silueta erguida de la torre de la Iglesia se hace faro en el momento del
atardecer, mientras el sol juega al escondite en los huecos de sus ventanas, y
las cigüeñas observan la vida cotidiana desde la atalaya de su nido.
El
Castillejo nos mira con ojos de piedra y sonrisa cómplice, mientras nos
recuerda que hay miles de historias escritas entre sus piedras, con letras de
candilitos en flor y aromas de siembra verde a sus pies,
Momentos
infinitos fundidos en la eternidad de un paisaje que se ha hecho parte de
muchas vidas, de un tiempo que vaga por nuestras mentes, por nuestros
corazones, donde quedó a la espera de ser revivido cada vez que el alma busque
un reencuentro con nosotros mismos.
Y
allí, en lo más profundo de nuestro yo, en una habitación del alma, a la espera
de solo una palabra, una música, una mirada, vive ese principio y eterno
futuro, ese presente infinito que se llama Campillo de Llerena.
Foto y texto de Juan José Hernández Maldonado
https://youtu.be/FXE7PPn1Ruc