sábado, 27 de agosto de 2022

 

              ETERNO PRESENTE

 

Un día más vuelvo mis ojos hacia ti, padrepueblo de Campillo de Llerena, desde mi ausencia extrema y dura, para fundir en azul de tinta y blanco de folio los sentimientos que nacen en ese rincón donde se guardan las emociones que nacen en el páramo desierto de tu ausencia dolorida.

Y vuelvo a vivir sensaciones al pisar tus aceras grises, y tus calles tendidas al sol, con sus paredes blancas de cal. Revive ante mis ojos el añorado Caracol, con su vestido de ladrillo rojo, compañero y amigo, testigo y escenario de risas y alegrías, de penas y de llantos, de juegos y emociones desde su mudez de barro y cal.

Revivo la Plaza de la Bellota, con su fuente de granito de cuatro caños, y sus avispas al mediodía, en el trajín de idas y venidas de los cántaros, las charlas interminables y el sestear de algún burro adormecido.

En el medio como un vigilante eterno una farola de un solo ojo, con su luz ambarina, para poner foco al escenario que nacía entre sus bancos y árboles cuando caía la tarde y se hacía la noche.

Y la siempre añorada acacia mimosa, que nos ponía cortina verde de hojas,  amarillo de sol en sus flores y el aroma infinito de la primavera corriendo por sus venas de resina roja. La infancia se quedó grabada para siempre entre el rumor del agua y el vuelo en rimas de las queridas golondrinas, entre las caricias que gastaron  del viejo granito.

Un poco más allá el Pilar Nuevo, hoy vuelto a la vida, era también escenario de unas vidas que se escribían en torno al agua. A los lados burros y mulas con grandes ojos, con miradas de color azabache, apartaban el limo y esquivaban los nerviosos zapateros para calmar su sed mientras nos miraban sin comprender.

Más allá el Rodeo con su almacén para el trigo y su grupo de Escuela y sus porches, donde vinieron a parar nuestros primeros sueños, donde conocimos el blanco de las primeras letras, en los folios negros de una pizarra, y la paciencia infinita de maestros que hoy sonríen al verte desde los recuerdos compartidos.

A lo lejos el Cañuelo sonríe en verde eterno de cañas en flor mientras su puente de un solo ojo hace un guiño a la nostalgia, y me recuerda que él sabe y escucha, mira, acompaña y guarda entre sus paredes y su lecho de agua las mil y una historias que nacieron y murieron al cobijo y calor de su compañía, al amparo de la luna con traje de fiesta con lentejuelas de estrellas, y música de agua de arroyo enamorado.

Momentos eternos de besos y canciones, manos entrelazadas y miradas encendidas tras la cortina oscura de la luna nueva, voces que se quedaron prendidas entre las ramas invisibles de un silencio infinito.

Sobre los folios verdes de los cercanos olivos y encinas se escriben poemas de versos encendidos y promesas de amor con letras de estrellas en la mirada.

La silueta erguida de la torre de la Iglesia se hace faro en el momento del atardecer, mientras el sol juega al escondite en los huecos de sus ventanas, y las cigüeñas observan la vida cotidiana desde la atalaya de su nido.

El Castillejo nos mira con ojos de piedra y sonrisa cómplice, mientras nos recuerda que hay miles de historias escritas entre sus piedras, con letras de candilitos en flor y aromas de siembra verde a sus pies,

Momentos infinitos fundidos en la eternidad de un paisaje que se ha hecho parte de muchas vidas, de un tiempo que vaga por nuestras mentes, por nuestros corazones, donde quedó a la espera de ser revivido cada vez que el alma busque un reencuentro con nosotros mismos.

Y allí, en lo más profundo de nuestro yo, en una habitación del alma, a la espera de solo una palabra, una música, una mirada, vive ese principio y eterno futuro, ese presente infinito que se llama Campillo de Llerena.


  

                   Foto y texto de Juan José Hernández Maldonado 

                   https://youtu.be/FXE7PPn1Ruc