viernes, 24 de septiembre de 2021

 

                                  A DIEGO MATEOS

En  esta tarde de otoño, preñada de nubes de tormenta y llanto de lluvia, me asomé un día más a la ventana de mi ático para mirar un poco más allá dónde nace el horizonte, donde el cielo y el mar, la montaña y el deseo me acercan a ese universo paralelo llamado Campillo.

Y paseé un día más por mi infancia tan lejana y próxima a la vez, y entre imágenes mil veces vividas y sentidas a flor de piel una sobre todas llamó a mi corazón, una persona entrañable como pocos ocupó mi mente: Diego Mateos, el Barbero.

En la calle llamada Calvo Sotelo, hoy Mesones número 11 tenía su barbería. Era obligada entonces la visita  de hombre y niños a la barbería de Diego, y allá que íbamos. Desde aquellos lejanos años  siempre me llamó cariñosamente Josefillo, y con su sonrisa franca y sincera me recibía para cortarme el pelo, mientras me subía en una silla.

Mis cinco años se derrumbaban en un mar de lágrimas que Diego intentaba calmar con historias y mucho cariño, mientras sus manos movían la máquina y el peine cortando el pelo.

 Las lágrimas se iban secando al compás de mil historias, y cuando por fin acababa su trabajo el alivio dulce de un caramelo y una sonrisa blanca ponían unas gotas de alegría en los ojos de aquel pequeño diablillo.

Poco a poco Diego pasó a  ser  un amigo grande para todos, pero en especial para mi. Yo vivía entonces en la casa de la abuela Josefa junto a la barbería, y ésta se transformó  en un lugar dónde conocer mil gentes y mil cosas.

Allí había un mundo por explorar, un universo de sensaciones que fui descubriendo poco a poco, día tras día, visita tras visita al amigo Diego-

Siempre me llamó la atención lo limpio que estaba todo, desde el material hasta el suelo, los espejos, las sillas, todo reflejaba limpieza y orden. Las paredes de la pequeña habitación estaban empapeladas con propaganda de películas que antes o después se vieron en el cine Cervantes, de grato recuerdo.

Allí descubrí personajes del oeste americano, folclóricas en su momento cumbre y  paisajes de leyenda.

Sobre un armario blanco un botijo con agua fresca nos invitaba a calmar la sed, mientras una vieja radio daba las últimas noticias en “ el parte” de la hora en punto que marcaba un no menos viejo reloj que compartía estantería. Colgados en la pared los resultados de la quiniela de la semana y en un banco corrido  aguardaban revistas y periódicos.

Allí descubrí el mundo de la radio y los diarios, a base de verlos intentando comprender sus escritos, pero sobretodo conocí la magia de las tertulias que se formaban a cualquier hora. Fueron muchos los amigos que quisieron compartir un rato con Diego, y se pasaban las horas en animada charla con él, mientras sus manos se afanaban en un afeitado o buscaban la mejor imagen para el corte de pelo.

Ya de mayor seguí  yendo hasta allí para escuchar historias de la  gente  en aquel manantial de vivencias que era la barbería de Diego.

Desde mi lejano exilio, cuando la tormenta enciende música de truenos y la lluvia pone nota ausente, regreso a mi mundo real, y cierro la ventana de mi ático mientras lanzo al aire esta carta en homenaje profundo y sincero a un amigo...  Diego Mateos, el Barbero.


                                     
                                                           Imagen bajada de la red

                                        https://youtu.be/EBcaFpHJPZI