sábado, 15 de septiembre de 2018


                                                               EL LIBRO

A la luz del sol sus tapas azules y sus letras doradas lo hacían destacar entre los demás libros de la estantería. Sus hojas repletas de sueños y deseos, anhelos e ilusiones dibujaban en azul de tinta las fronteras invisibles entre lo onírico y la realidad.

Aquel libro fue durante un tiempo compañero de cabecera, amigo y cómplice, abrazo y pañuelo. Fue también reflejo dorado del ocaso en una ventana azul, o la magia luminosa del sol de mediodía, el abrazo ambarino de la esperanza del amanecer. Ahora hacía tiempo que dormía  silencio y no se abrían sus tapas ni se leían sus letras.

 Sin una fecha marcada en el calendario de la memoria, sin un momento vital donde fijar su llegada, así llegó calladamente tímido, por las calles del día.  Sus tapas se fueron abriendo con olor a noches de estrellas y aroma de luna llena en sus renglones. Sus primeras páginas, casi transparentes, venían escritas con sentimientos de colores, de miradas cargadas de silencios, de palabras con aromas de almohada en duermevela.

A la luz del amanecer se encendían sus letras y escribían momentos de luz infinita. Cuando el sol dibujaba sombras por las paredes del día guardó aquellos dibujos en claroscuros y los hizo paisajes bañados de colores para alegrar unas calles dormidas y grises. En el folio dorado del atardecer guardó sensaciones de oro y fuego, y las hizo horizonte redondo en una mirada que se hacía espejo de la tarde. 
   
Cuando llegaba la noche guardaba entre sus letras azules  las rimas titilantes de anhelos hechos de estrellas, y sueños vestidos de plata de luna llena. Al llegar la madrugada dibujaba con letras de silencio el gris callado de calles en espera, la quietud sonora de la soledad anhelante de un poema hecho arroyo, el eco de unas letras hechas trino en una ventana al otro  lado del folio.

Y así se fueron llenando sus páginas de sentimientos y vivencias, de sueños vestidos de letras, de anhelos dibujados entre renglones. Y puso voz de tinta a deseos encadenados en la celda de la ausencia, y se hizo camino entre renglones para unos pasos que andaban en blanco y negro, por una playa sin mar ni arena. Y puso mirada de universo al páramo a solas de un folio en blanco, sin rosa de los vientos.  

Y se hizo música irisada poniendo paisaje sonoro a un silencio oscuro de paredes redondas. También se hizo seda  para ser caricia en unas manos cansadas de abrazar en sequía, cuando el tiempo borraba los días en el calendario redondo de un reloj sin números ni agujas.

Pero hubo un día que el sol no salió. Se entretuvo jugando al escondite con las nubes que nacían del horizonte, y su luz no llegó hasta la ventana azul, y sus dedos de oro no iluminaron las tapas ni las letras. Y a ese día le siguió otro, y luego otro y otro más. Faltas de luz aquellas letras se fueron apagando poco a poco.

El cielo se llenó de oscuros, unos  folios negros cubrieron el techo del cielo y unos lápices de luz escribían con letras de trueno sobre un folio hecho arena, que pronto se llenó de poemas de lluvia.

Tras una ventana azul, sobre una mesa de luna nueva un libro yace como dormido  con sus tapas abiertas. En sus páginas ahora vestidas de otoño y olvido se han borrado el paso de los días, el sueño entre dos almohadas.

A su lado una pluma duerme silencio. Un segundo después el libro no era sino una nube de polvo tras el paso de una brisa de tiempo al abrir una ventana azul.



                                        Imagen bajada de la red.
                                        
                                        https://youtu.be/LiBwr4U59EI