LOS
REYES DE ISABEL
Los
ojos infantiles se abrieron en arco iris ante el mundo de ilusión
que se dibujaba tras el cristal del escaparate. Uno a uno los niños
fueron llenando sus corazones de emociones con forma de juguetes, que
señalaban emocionados con los lápices mágicos de sus dedos de
cinco años. Y el cristal se llenó de deseos con mil formas y
colores que cada uno de los niños hizo suyo en su lista interminable
de ilusiones. Unas veces fue el scalextric o el tren eléctrico, el
fuerte del oeste americano, con sus vaqueros y sus indios o el traje
de fútbol del equipo preferido o el balón de fútbol o …. y los
juguetes uno a uno fueron teniendo dueños, mientras el aire se
llenaba de villancicos y corríamos después a ver el portal de
belén de la iglesia. Con la emoción contenida y los nervios a flor
de piel arropábamos nuestras ilusiones con las sábanas de la
espera, ansiosos por mirar al amanecer bajo nuestras camas esperando
los regalos en esta noche sin igual, noche de Reyes, noche mágica.
El
alba me despertó con un tibio rayo de sol tras los visillos blancos
de la ventana. Ansioso miré bajo mi cama y como una ofrenda dos
regalos aguardaban a mis inquietas manos y nerviosos ojos. Inundado
de felicidad acaricié el balón de fútbol y el juego de raquetas de
ping- pong. La magia había funcionado, y allí bajo la cama sus
majestades dejaron sus regalos.
Isabel
era una más entre nosotros. No tenía familia en el pueblo y se
ganaba la vida haciendo recados para la gente, limpiando casas o
llevándoles el agua desde el pilar viejo o la fuente de la bellota.
Cada quién le daba lo que podía, unas veces fue comida, otras fue
ropa o cachivaches que ella guardaba en su casa como un tesoro, las
menos de las veces algún dinero para ir tirando. Era al caer la
noche cuando Isabel venía a casa. Fiel a su cita se sentaba junto a
la mesa camilla y al calor del brasero nos contaba su quehacer
cotidiano, su diario devenir, sus cosas, al compás del tic tac y un
vaso de leche caliente migado de pan. Poco a poco vencida de sueño y
cansancio la acompañábamos hasta su casa, y así hasta el día
siguiente, copia del día de ayer e igual al de mañana. Puntual como
siempre hoy día de Reyes, Isabel llegó a casa al caer la noche,
sonriendo nos dio un beso y se sentó en su lugar de siempre. Tras
desgranar el día al compás de un polvorón y su leche caliente, sus
manos curtidas abrieron un envoltorio. Un olor ce canela tostada
llenó el aire y un puñado de galletas aparecieron entre sus manos
cómo la mejor de las magias. Había gastado su ganancia del día en
comprar aquellas galletas para compartirlas con nosotros, eran sus
Reyes, nuestros Reyes.
Hoy,
cincuenta años después, mi mañana del día de Reyes sigue oliendo
a galletas de canela en recuerdo a Isabel.
https://youtu.be/Cic_2jMD7Qc?si=N4PqSiM3XxrfiXyy
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