NOCHE
DE TODOS LOS SANTOS
Anochece
noviembre sobre la vieja torre de la Iglesia, y en su campanario una
luz se asoma entre los ventanales. Una candela toma cuerpo mientras
Juan López, tío Vinagre, se afana en preparar las gustosas migas
que acompañarán esta noche, cómo cada año. A su lado,
expectantes, unos mozalbetes aguardan la señal para comenzar el
rito, a las doce en punto de la noche del día uno de Noviembre
comienza la vigilia de los fieles difuntos. Obedeciendo al rito
ancestral las manos juveniles se aferran a la cuerda que unen los
badajos de las campanas, y comienzan a tocar su himno fúnebre. Una
tras otra las notas surgen lastimeras y tristes de las gargantas de
bronce de las campanas, y así estarán toda la noche, con su
sempiterno llanto metálico, mientas los zagales, en turnos sucesivos
apuran las migas y otros alimentos que han recolectado entre los
vecinos. Anochece un día más sobre Barcelona y sobre mi mesa cae
la hoja del calendario que señala el día de todos los Santos, y
casi sin querer o acaso queriendo, viajo años atrás rompiendo el
velo del tiempo y la cortina oscura de la distancia. Paseo por
calles aún recorridas por caras nunca olvidadas, por retratos ya
amarillentos, por figuras imborrables que impactaron su momento en
una vida que empezaba a despuntar entre la curiosidad y la inquietud.
Una a una desfilan las voces que grabaron enseñanzas, las risas que
llenaron de alegría unos minutos infinitos, las miradas que llenas
de ternura pintaban de colores los sueños del niño que ensimismado
escuchaba mil historias, mientras los mayores se apilaban en las
cuatro esquinas a la búsqueda y espera del jornal diario. Tardes
frías de otoño junto a la lumbre, mientras mi abuela atizaba la
candela, mientras en el corazón se quedaban las palabras de mi tía
al son de sus cuentos. Aquel joven se despertó un día y al mirar a
su lado comprendió el dolor de mil ausencias sin palabras, el
silencio espeso de vacíos eternos y el amargor extremo de lágrimas
ya secas de tanto llorarlas. En esta noche asustada llena de miedos y
ausencias, adentré mi barca en el proceloso mar de los recuerdos, y
fui recalando, uno a uno, en todos y cada uno de los puertos antaño
refugio y abrigo. Y así los he juntado a todos en la playa dormida
de una hoja de papel en blanco. Me he sentado con ellos mojando mis
pies con el agua de los sueños, y escribiendo sobre la arena con el
dedo del corazón. En el mar no suenan las campanas por los difuntos,
pero las olas escriben nostalgias sobre las pizarras negras de las
rocas.
Despacio,
en silencio, he rezado por ellos , mientras mis ojos de llenaban de
lluvia y se cerraban vencidos de emociones. A lo lejos, sobre el
horizonte infinito, por encima de la torre y las encinas, por encima
del mar venía clareando un nuevo día.
QUE DIFERENTE SE VE TODO CUANDO VAS A LA MISA DEL DIA DE LOS DIFUNTOS Y YA TIENES ALGUIEN ALLÍ POR QUIEN REZAR...QUE DURO SE HACE...
ResponderEliminarMientras los tengas en tu corazón seguirán VIVOS para siempre, solo muere lo que se olvida.
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