AQUELLA NAVIDAD
Contaba Diciembre sus primeros días en el calendario, el frío
recorría las calles casi vacías mientras el ocaso pintaba de atardecer las
puertas de la noche. Como cada tarde un grupo de niños se ha reunido en la
Plaza de la Fuente de la Bellota. Centro de juegos infantiles y escenario del
transcurrir de mil vidas, aquella tarde, una más, se fué llenando de voces y
risas, de juegos infinitos llenos de alegría.
A la luz de una farola de acero con tres focos, la plaza se
hizo, un día más, el teatro de los sueños donde escribir sonrisas al calor de
la infancia. El tocadé, los santos, los cuatro árboles o esquinas, aceitero –
vinagrero, y mil juegos más formaban repertorio en la mochila de la ilusión.
Cómo una pieza más en el puzzle de los juegos, la vieja Fuente de la Bellota
sonreía con voz de granito y agua eterna. A su lado los rosales recién
plantados guardaban bajo sus hojas nacientes las promesas de sus capullos aún
dormidos, aguardando la tibia caricia del sol de febrero.
En una esquina, como ajena, una cabina de teléfono esperaba
con su puerta abierta ansiando esa llamada nunca hecha o que nunca llega. A los
lados de la plaza unos bancos de metal ayudan a descansar, y son punto de reunión para contar y oir
historias a la luz de mil memorias.
Y en el centro de la plaza, como reina y señora, una
imponente acacia mimosa, sonreía en verde turquesa con las voces de los niños.
Amiga y cómplice, aliada y compañera, extendía sus brazos vegetales para
abrazarnos con la tierra madre y cobijarnos a la sombra de sus hojas eternas.
Aquella tarde la acacia lucía especial. Aparecía radiante,
con luces de colores por sus ramas, era aún más grande y hermosa. Todos los
niños hicimos un corro entorno a ella mientras cantábamos villancicos, llenando
el aire de fiesta y alegría.
Aquella Navidad fue testigo y protagonista de noches de
ilusión y música a la luz de sus bombillas de colores y sus hojas de verde
eterno. Y fue testigo del paso de una familia camino del cobijo de un portal, y
fue faro en el caminar de Tres Magos que buscaban la Luz recién nacida.
Y una tarde infausta unas hojas amarillas y secas llenaron de
tonos ocres su manto verde, y luego fueron más y más aún. Nuestra amiga la
acacia se estaba secando, sin nosotros saberlo nuestra amiga agonizaba sin
remedio. Una mañana de Enero, gris y lluviosa como el olvido, su cuerpo sin
vida oscuro y muerto se retiró de la plaza, llenando de vacío y soledad su hueco eterno.
Hoy, muchos años después, su imagen y su recuerdo reviven en
mis letras, mientras sus flores amarillas
perfuman su memoria cada Navidad en la Plaza de la Fuente de la
Bellota.
Precioso el recuerdo de aquella mimosa, lástima no tener fotos de aquellos días, allí, a su alrededor, donde tantas veces jugamos mientras ella, rebosaba vida y color, como un resplandeciente sol en la Plaza.
ResponderEliminar¡Qué bonito Juanjo!
Muchas gracias María. La auténtica belleza es que su recuerdo ha hecho leer ésta vivencia. A veces juntar letras es sencillo cuando se abre el corazón de par en par. Gracias, una vez más, por venir a revivir.
ResponderEliminarBonito relato, amigo. Un placer visitar tu blog.
ResponderEliminarEl placer es mío al recibir tu visita. Un honor contar contigo. Gracias por venir, un abrazo amigo.
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