LA HOJA
Había cesado de llover y un tímido rayo de sol se asomaba por
entre las nubes que se alejaban con voces de trueno y gritos de relámpago. Olía
la tarde a tierra mojada, olía el aire a esperanza tras el cristal líquido de
miles de gotas prendidas en las ramas de los árboles.
Aferradas a la vida en abrazo vegetal con la rama madre
algunas hojas luchaban para parar el tiempo intentando retrasar el fatal
momento del macabro baile. Tapizado de amarillo el suelo del parque semejaba
una alfombra vegetal tejida de olvido
que el viento movía en olas sin destino.
En su postrer baile una hoja ha llegado hasta mi ventana y se
ha quedado como esperando. La he cogido en silencio por su brazo ahora roto y
seco. Con apenas un hilo de voz y el corazón casi parado me ha susurrado su
vida. Fue a nacer allá por el mes de marzo, cuando el tibio sol despertaba a la
vida, y esta amanecía jubilosa entre verdes de esperanza y arroyos cantarines.
Hija de una yema
durmiente fue creciendo al amparo y cobijo de la rama madre y el padre tronco.
Aprendió que su vida nacía allí donde la tierra es una, donde las raíces en
lucha oscura buscan y elaboran el sustento diario.
Dando soporte a la vida, una columna se eleva hasta casi
tocar el aire por dónde la vida circula desde la tierra hasta el cielo.
Acariciando las nubes se encuentran las ramas, soporte del pulmón verde de las
hojas. Deseó desde pequeña ser flor, y luego fruto, para poder ser semilla,
deseó también ser rama para poder ser brazo y soporte, pero la vida le regaló
ser una hoja.
He conocido me dice la luz dorada y verde de mayo, y el olor
de la vida en primavera, he conocido el oro y sol del aire secano de agosto en flor, he sentido la melancolía
rosácea del otoño en atardeceres infinitos, y he llorado de frío y lluvia en
noches de nieves y vientos helados de invierno.
He bailado al son de mil vientos y cantado canciones de mil colores con olor a
mayo en flor. He jugado al escondite con el viento encendido de julio y los
primeros aires frescos de septiembre.
He oído jubilosa la canción de esperanza de la sementera tras
el eco frío del acero del arado, y he llorado frío y soledad en noviembre de
ausentes y difuntos, he sido enebro y muérdago en el humilde portal con el que
recuerdas al Padre Común.
Ha llegado el momento,
el del último suspiro, para abrazada al
aire en sutil pareja de baile, iniciar la macabra danza que, llegando hasta el
suelo, alfombre la madre tierra y sea abono para vidas nuevas.
He vivido mi vida amigo mío, y ahora toca otro momento.
Mañana cuando no esté seré tan solo olvido en la alfombra del suelo. Un día
nací para ser útil y ahora me voy satisfecha. Espero leerte un día desde la
eternidad de un libro. Desde lo efímero de mi vida un abrazo de verde
esperanza.
PD: Planta un árbol.
Imagen bajada de la red
"He jugado al escondite con el viento encendido de julio y los primeros aires frescos de septiembre."
ResponderEliminarTe quedó que ni bordado...
Muchas gracias María por tus palabras. Leerte a menudo tiene sus frutos, lo de bordar... eso es más complicado.
ResponderEliminarAmigo, tus letras emborrachan
ResponderEliminarEspero y deseo que la " resaca " sea lo más dulce posible.Eres un sol, amiga mia.
Eliminar