jueves, 31 de octubre de 2013


                                    NOCHE DE TODOS LOS SANTOS

Anochece noviembre sobre la vieja torre de la Iglesia, y en su campanario una luz se asoma entre los ventanales. Una candela toma cuerpo mientras Juan López, tío Vinagre, se afana en preparar las gustosas migas que acompañarán esta noche, cómo cada año. A su lado, expectantes, unos mozalbetes aguardan la señal para comenzar el rito, a las doce en punto de la noche del día uno de Noviembre comienza la vigilia de los fieles difuntos. Obedeciendo al rito ancestral las manos juveniles se aferran a la cuerda que unen los badajos de las campanas, y comienzan a tocar su himno fúnebre. Una tras otra las notas surgen lastimeras y tristes de las gargantas de bronce de las campanas, y así estarán toda la noche, con su sempiterno llanto metálico, mientas los zagales, en turnos sucesivos apuran las migas y otros alimentos que han recolectado entre los vecinos. Anochece un día más sobre Barcelona y sobre mi mesa cae la hoja del calendario que señala el día de todos los Santos, y casi sin querer o acaso queriendo, viajo años atrás rompiendo el velo del tiempo y la cortina oscura de la distancia. Paseo por calles aún recorridas por caras nunca olvidadas, por retratos ya amarillentos, por figuras imborrables que impactaron su momento en una vida que empezaba a despuntar entre la curiosidad y la inquietud. Una a una desfilan las voces que grabaron enseñanzas, las risas que llenaron de alegría unos minutos infinitos, las miradas que llenas de ternura pintaban de colores los sueños del niño que ensimismado escuchaba mil historias, mientras los mayores se apilaban en las cuatro esquinas a la búsqueda y espera del jornal diario. Tardes frías de otoño junto a la lumbre, mientras mi abuela atizaba la candela, mientras en el corazón se quedaban las palabras de mi tía al son de sus cuentos. Aquel joven se despertó un día y al mirar a su lado comprendió el dolor de mil ausencias sin palabras, el silencio espeso de vacíos eternos y el amargor extremo de lágrimas ya secas de tanto llorarlas. En esta noche asustada llena de miedos y ausencias, adentré mi barca en el proceloso mar de los recuerdos, y fui recalando, uno a uno, en todos y cada uno de los puertos antaño refugio y abrigo. Y así los he juntado a todos en la playa dormida de una hoja de papel en blanco. Me he sentado con ellos mojando mis pies con el agua de los sueños, y escribiendo sobre la arena con el dedo del corazón. En el mar no suenan las campanas por los difuntos, pero las olas escriben nostalgias sobre las pizarras negras de las rocas.
Despacio, en silencio, he rezado por ellos , mientras mis ojos de llenaban de lluvia y se cerraban vencidos de emociones. A lo lejos, sobre el horizonte infinito, por encima de la torre y las encinas, por encima del mar venía clareando un nuevo día.
 
 
   
                                                      http://youtu.be/Vg-0DFNTBm0

lunes, 14 de octubre de 2013



                                       AMANECER EN LA DEHESA

Aquella mañana al sol le estaba costando despertar. Sobre su almohada de horizonte unos velos espesos de nubes grises tapaban su ojo de luz, haciendo del amanecer una música gris y sin tonos. A duras penas fue desperezando sus dedos de luz, mientras los oscuros velos acariciaban con dedos de niebla y gris las cimas pétreas y serias de los cerros más altos, alcanzando en su canto gris y sin forma hasta las copas aún dormidas de los ancianos olivos y las perezosas encinas. El aire, recién nacido tras el horizonte de la madrugada, caminaba sin prisas por entre tallos resecos de trigo y cebada, recién segados. Al compás de su canción, las ramas bajas de encinas y olivos, olmos, eucaliptos y alcornoques, entonan una danza de amor y caricias, un vaivén verde de ramas entrelazadas que llena de susurros vegetales la dehesa que se despierta. Las alondras y jilgueros, perdices y avutardas, extienden sus alas sonoras en sinfonía alada, llenando el aire de matices musicales al compás de una mañana que se estira perezosa en la cama verde de la dehesa. Poco a poco la Vida va llenando de versos el folio de la mañana al tiempo que se encienden al compás las farolas irisadas y sin forma de mil sueños, poemas sin letras que recorrerán el día, para acabar escritos con las luces del atardecer.
Cansado de recorrer el día, el sol se ha tumbado en su cama de horizonte. Tras un día lleno de luz y calor, llega la hora del reposo. Con sus últimos dedos de luz dibuja fantasías sobre el lienzo de la tarde. El cielo se llena de rosa y oro mientras su ojo de luz se va apagando, es la hora del crepúsculo. Mañana, si Dios quiere habrá un nuevo afán al que dar luz, al que dar calor, un nuevo amanecer …
Y sobre la luz dorada y rosa del crepúsculo naciente dos versos de azul y negro escriben el día a la luz del atardecer.
 
 
 
   
                                           Foto cortesía de Mª Mar Fernández.
                                            http://youtu.be/G7vkUjYM5NI