CAMPANAS
CAMPANAS
Se ha vestido de otoño la tarde en mi ático y
con un olor de hojas secas se pasea por calles alfombradas de amarillo. Huele
el aire a quietud, a sol poniente, a regreso, a sueño perenne de hojas verdes.
Las últimas hojas de los árboles se aferran a las ramas antes de caer al
suelo en una trágica danza de muerte. Envolviendo el aire tenue de la brisa
mediterránea un sonido familiar me acarició los recuerdos, eran los tañidos
lejanos de unas campanas. Se duermen mis primeros años al compás del toque de
las campanas de la querida torre. Allí aprendí la voz de cada una de ellas, la
forma y manera de su habla. Aprendí a llorar con ellas cuando sus lágrimas de
bronce acompañaban a algún campillejo en su último viaje. Aprendí a reír con
ellas cuando jubilosas nos anunciaban las bodas, los bautizos, y tantas y
tantas fiestas. También aprendí de la preocupación por los demás, cuando
nerviosas nos llamaban ante cualquier fuego o contratiempo.
Una
vida unida a ellas que comenzaba al amanecer, con el toque del Avemaría, a las
doce el Ángelus y luego, con la tarde ya vencida la Misa de siete. Continuó
luego cuando mozalbete me enseñaron a tocarlas!, Que alegría hacerlas hablar!,
!como retumbaban nuestros oídos! cuando su tañido al son del badajo se
esparcían por todo el pueblo llenando el aire con su voz de bronce. Hoy,
después de tantos años, siguen allí, en lo alto de la torre como un vigía,
formando parte de nuestras vidas, con su eco dormido en mi corazón. En el
horizonte infinito del mar, acariciando la arena, un suave tañer de campanas se
pierde en la lejanía, mientras la luz del faro del puerto acaricia el cielo con
su luz difusa.-
Foto Juan José Hernández Maldonado
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